EL ODIO A LA MÁQUINA

Durante el año 1946 el periodista Norteamericano Henry Hazlitt publicaba su obra titulada Economics in One Lesson o Economía en una lección, mediante la cual el autor busca despejar una serie de sofismas que, a su juicio, mantienen asediada a la Economía.

En términos simples, la lección a que alude Hazlitt se puede resumir en lo siguiente: No debemos concentrar nuestra atención solo en los efectos inmediatos de cierta política económica y que radican en un sector concreto de la sociedad, sino que los buenos economistas son aquellos que pueden prever incluso sus efectos más remotos y respecto a la comunidad en su conjunto.

Esta lección, que para muchos puede parecer bastante lógica, no deja de ser abstracta en los términos así planteados. Por ello, el autor la aplica a casos concretos durante todo el libro, los cuales no vienen al caso analizar, a excepción de uno.

Una de las hipótesis que interesa destacar se denomina “el odio a la máquina”. Según Hazlitt, uno de los errores más corrientes en economía es creer que las máquinas crean desempleo.  Así ha ocurrido siempre. Basta recordar los efectos más inmediatos provocados por la Revolución Industrial durante el siglo XVIII, mediante la cual los asombrosos avances tecnológicos y técnicos de la época dejaron a miles de personas sin empleo, ya que fueron desplazados por las máquinas.  De seguir esta premisa, los críticos de aquella época no creerían que existiría el empleo en la actualidad.

Ahora bien, la oposición a estas máquinas parece racional en un primer término, ya que muchos obreros perdieron sus empleos, debido a que simplemente dejaron de ser productivos para realizar ciertas labores. Tal vez más de algún lector estará recordando la gran canción de Los Prisioneros “Muevan las Industrias”.

Como contrapartida, los empresarios vieron aumentada su producción de una manera insospechada, abaratando costos, aprovechando los beneficios que la innovación trajera consigo. Si antes fabricaban un solo alfiler al día, ahora los empresarios podían fabricar cinco mil. Ahora pueden ampliar sus instalaciones, invertir en otras Industrias e incrementar su propio consumo.  Indirectamente, pueden proporcionar tantos empleos como directamente dejaron de facilitar, como sostenía Hazlitt.

Aplicado esto a la lección, podríamos concluir que los avances en el estado del arte, analizados en sus efectos inmediatos hasta los más remotos, benefician en definitiva a toda la comunidad más de lo que en teoría perjudicarían.

En fin, toda esta discusión no se trata de pura teoría económica, ya que cobra importancia aún en nuestros días.

La denominada Cuarta Revolución Industrial ya está en marcha y con toda seguridad veremos los mismos efectos antes descritos, pero de una manera mucho más radicalizada. Los avances tecnológicos van a incidir en todas las industrias a niveles que no podemos visualizar.

Mientras más tangibles sean los avances que se avecinan, con mayor fuerza rondarán los viejos fantasmas del pasado: Unos aprovecharán los beneficios que traerán consigo la inteligencia artificial, la transformación digital, el data science, machine learning y un interminable etc., y otros se resistirán al cambio de lo tradicional a lo moderno, reviviendo el viejo pero vigente odio a las máquinas, las cuales tendrán la culpa de todos sus males.

Con todo, y según la historia lo demuestra una y otra vez, el avance tecnológico y técnico no hace otra cosa más que aumentar la producción, generar nuevas oportunidades, empleos, mejorar sueldos reales y, en definitiva, mejoran la calidad de vida.

Cada uno puede ponerse del lado que estime conveniente, mas pareciera prudente ser un aliado de las “máquinas” que irrumpirán en el nuevo mundo en vez de odiarlas, para así aprovechar su ilimitada capacidad en aras de contribuir al bienestar de toda la comunidad.

Mauro Dellafiori Albala

Socio

Dellafiori

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